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La familia de Marcelo Muñoz vive un drama hace casi cinco años
En cuestión de minutos, cuatro hombres vestidos de civil, que portaban armas de fuego, y una mujer, que llevaba un machete, entraron abruptamente a la propiedad. A todos les ordenaron hacer silencio.
Yolanda Buitrón no pierde la esperanza de volver a ver a su esposo, Marcelo Muñoz. Foto: El Comercio
Este no es un secuestro político, tampoco por venganza. Este es un secuestro extorsivo. La frase la pronunció un hombre, que portaba un fusil y una radio portátil de comunicación. A Yolanda Buitrón, esposa de Marcelo Patricio Muñoz Loza, esas palabras le quedaron grabadas en la mente desde aquel 1 de junio del 2013.
En el hogar del ibarreño de 56 años, su ropa, libros y todas sus pertenencias están en el mismo lugar donde las dejó.
Como todos los sábados, ese 1 de junio, Muñoz y su esposa se desplazaron desde Ibarra hasta Yahuarcocha. Aprovecharon para visitar a los padres de Muñoz, quienes tienen una casa de descanso cerca de allí.
A Muñoz, un ingeniero civil, le gustaba caminar por la orilla de la laguna. Era su forma de romper la rutina de la semana de trabajo. Sin embargo, ese día no hizo la caminata, ingresó primero a la casa de sus padres para ver cómo avanzaba una reforma en una cabaña.
En cuestión de minutos, cuatro hombres vestidos de civil, que portaban armas de fuego, y una mujer, que llevaba un machete, entraron abruptamente a la propiedad. A todos les ordenaron hacer silencio.
Luego de atar con cuerdas y amordazar a los padres de Muñoz, le exigieron a él y a su mujer subir en el vehículo familiar. Les pidieron que “colaboraran” y dijeron que tenían retenida a una de las hijas de la pareja. Así, el vehículo avanzó hasta la salida norte de Ibarra.
Los armados cambiaron de carro. Los obligaron a subirse en el asiento posterior de una camioneta, que tenía una cabina en el balde. Con la cabeza al piso y vigilados por hombres armados, avanzaron por la vía Ibarra-San Lorenzo, que conecta a las provincias de Imbabura con Esmeraldas.
Cruzaron el puesto de control policial de San Jerónimo. Pero el vehículo no fue revisado. No había ni un agente, recuerda la mujer. Tras dos horas de viaje descendieron del vehículo y caminaron por una montaña, cubierta por una espesa vegetación hasta arribar a un improvisado campamento.
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